Durante años el faro de El Picacho, donde vivia mi abuela Milagros, fue el objeto de mis sueños y fantasías allí, en mis visitas, me sentía un niño feliz sentado en la terraza más alta de la torre, desde donde daba rienda suelta a mis ensoñaciones de niño fantasioso. Hoy os dejo la titulada VIAJE AL PICACHO.
IX.-
VIAJE AL PICACHO
Para mí, era un puro júbilo cuando en verano íbamos al
faro a ver a la abuela Milagros. En mi mente infantil el faro, era sinónimo de
aventuras fantásticas, de noches de temporal y de historias llenas de mar y de
distancias…
Era la viva imagen de la
impaciencia cuando marchábamos en la destartalada camioneta o en la barca del
Tiro hasta Palos allí, a veces, pasábamos la noche en la casa de La Peana,
donde la tía Regina, para luego madrugar y esperar en la esquina del
Ayuntamiento la llegada de Carretero con el coche del Puerto.
Que febril ansiedad por el
camino rojizo de grava y que miedo al
llegar a las Madres con su viejo puente de madera y sus leyendas de ahogados en
noches de luna llena para presentir, con
la vista fija, el final de la curva y poder divisar la cúpula del faro. Primero eran los destellos del sol que
reventaban en ella, como una granada en sazón y luego la línea del mar… Difusa al comienzo, firme después, acompañada
del trinar de pájaros perdidos y del olor a romero, a retama, a jara, a pinos,
a albahaca…
Yo este tramo, lo pasaba
en éxtasis de excitación que, solo se rompía, cuando al volver el coche la esquina
del faro, veía a la abuela vestida de negro, con su velo, sentada al pasar de
los días, junto a la sombra de la morera…
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