jueves, 23 de marzo de 2017

EL BARCO HUNDIDO

Este escrito es parte de MIS HOJAS SUELTAS, recuerdos de mi infancia sin duda agrandados por el paso del tiempo.
Ahora, gracias a la gentileza de José Manuel Gómez, que nos cede la primitiva de su archivo, y la coloreada obra de su hermana Inmaculada Gómez, retomo esa hoja de mi pasado. A los dos mis gracias más cercanas.


              Cuando pasaba los veranos en EL FARO y bajaba hasta la playa,  por el camino de tierra entre el molino y la higuera, la sensación de infinita paz que transmitía la salida a la arena inmensamente blanca, como la azúcar decía mi madre, tras bajar las dunas moteadas del verde oscilante de los juncos, mi espíritu se llenaba con los sueños cargados por las fantasías de un niño solitario…

Una de ellas era el BARCO HUNDIDO.   Si al bajar a la playa paseabas hacia la parte izquierda, en dirección a LOS BAÑOS, la zona donde habitaban los chozos de la gente de Rociana y de Moguer,  llegabas hasta donde estaban varados los restos enmohecidos de un viejo barco hundido, inclusive en la memoria de los lugareños.     Cuando la marea estaba baja te permitía pasear entre ellos, a mí me infundía un respetuoso temor sentirme parte de los mundos, las sonrisas, las lágrimas, los amores, las nostalgias que, sin duda,  habían vivido entre aquellos resto de hierro y madera.

Mi fantasía acariciaba el casco inclinado, medio enterrado bajo la arena, con la superficie llena de conchas, de moho, de verdín y soñaba con mares ignotos, aventuras sin cuento, travesías inacabadas, noches de tormentas o de lunas en calma.   Sabía que allí dentro habían soñado, dormido, trabajado vidas con almas y con las fantasías que siempre he atribuido a los hombres del mar.

La abuela Milagros y mi tía María me explicaban que el barco había embarrancado una noche de invierno, los marineros perdidos en la tormenta, se habían guiado por las luces del faro: 4…2….4…2….4…2…   para  acabar embarrancados en los bajos de arena cercanos a la orilla.

Un verano no volví a verlo, nunca supe si definitivamente enterrado por movimientos de tierra de las mareas invernales o, lo que siempre creí, puesto a flote por los espíritus de sus ahogados para navegar sin rumbo fijo entre noches de estrellas y fuegos de San Telmo.


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