martes, 27 de junio de 2017

MAZAGON Y SU FARO DEL PICACHO

Acabo de leer que el desvastador incendio de Moguer y Mazagón está controlado. ¿Como podremos controlar el paisaje de desolación, tristeza y rabia que nos producirá durante años contemplar un paisaje antes inmensamente verde y ahora terriblemente ennegrecido...?.

El pasado año me solicitaron, desde un blog del propio Mazagón, que escribiese unas notas sobre mi infancia en esa playa y el Picacho, resumen de mis hojas sueltas donde desgrano mis vivencias de niño y mis recuerdos de adolescencia.

Os lo dejo como emocionado recuerdos a paisajes que viví y que no no volveré a ver.




A mi abuela Milagros, mis tíos Valeriano y María y a mis primos Dolores, Milagros, Pepa y Curro.

No hay mejor camino a recorrer que los alfombrados, desde la nostalgia, por esas HOJA SUELTAS que van cayendo desde nuestra memoria con el paso de los años, años que suelen engrandecer los recuerdos con la distancia de entrar en las veredas del otoño de nuestras vidas. 

Mi infancia está marcada profundamente por mis viajes al Faro a visitar a la abuela Milagros, hablo de finales de lo década de los 40 e inicios de los 50, sentimientos que se agrandaron en mi juventud, desaparecida la abuela, con los veranos con mis tíos Valeriano y María y mis primos Dolores, Milagros, Pepa y Curro. Completé mis vivencias con el Picacho en el año 1965 con mi Servicio Militar en la siempre presente Batería A-15 dependiente del Regimiento Mixto de Artillería número 4 con base en Cádiz.

Pasado el tiempo fui reconstruyendo esos rincones de mi memoria con las hojas sueltas que acompaño a estas líneas rebosantes de recuerdos: La morera, la alberca, la higuera, las tardes en la torre, las bajadas por el camino de tierra hasta la playa, el huerto de mi tío Valeriano, la caza de pájaros con mi primo Ramón.

En aquellos años a caballo de dos décadas, los 40 y 50, ir hasta el faro era una auténtica odisea, cogíamos la barca de vela, bien en el muelle junto al de Riotinto o en el llamado “tiro”, en la zona del matadero, para desembarcar en la Calzadilla y seguir caminando hasta Palos. Las “camionetas” de línea hasta Mazagón no existían y debía venir el tío Valeriano en un carro a buscarnos o bien aprovechar algún viaje del coche de Puerto, su chofer Carretero siempre nos encontraba un sitio, lo que convertía el viaje por el camino de tierra rojiza, en una otra novedad, no era habitual subir a buenos automóviles en aquellos años.

Pocas familias vivían por aquél entonces en los alrededores del Faro, Hilaria con su chozo en la acera de frente donde luego se instalaría en los años 60 y aún continúa. La Guardia Civil y los carboneros eran los únicos acompañantes en la soledad que rodeaba el edificio del Faro,hoy engullido por construcciones que  limitan su perímetro a unos cientos de metros cuadrados. Siempre recordaré el día que subí en los años 80 a la torre con unos amigos forasteros y contemple el nuevo paisaje con los pinos talados, las entrañas abiertas en canal con tuberías asomando por las heridas aún sin cerrar, me pasaron como una película mis atardeceres en esa misma torre con un paisaje inmensamente libre para el mar de pinos, arenas blancas y el océano sin límites ni obstáculos. Sin rubor confieso que las lágrimas se me escaparon abundante y largamente.
Recuerdo a un farero muy joven, Don Luís Hernando, cuyos hijos me han encontrado al cabo de los años en las redes sociales leyendo mis referencias sobre Mazagón y luego a  Don Manuel Maresca que simultaneaba el puesto con la Alcaldía de Palos.
Por aquellos años mi familia vivía dentro del edificio del Faro, posteriormente se les hizo una casa junto a unos de los laterales para ampliar las posibilidades de ocupación de edificio, en verano solían veranear el ingeniero del Puerto y algunos altos cargos que venían desde Madrid con su familia, recuerdo a los Ginestá por sus hijos de edad similar a la mía y con los que encontré una novedad para los juegos infantiles.

Como olvidar mi adorada “morera” confidente de mis sueños infantiles, ni la alberca, ni la higuera en el camino hasta la playa, ni el huerto de mi tío Valeriano en la época de la trilla, cuando me montaba tras los mulos sobre el carrito que la hacía posible dando vueltas en la era. Ni el miedo a las aguas negras de Las Madres con su viejo puente de desvencijadas maderas.

A veces, la tía María nos preparaba algo de comida para que fuésemos hasta “los baños” que no eran otra cosa que los incipientes ranchos de la gente de Rociana, Bonares y otros pueblos de la zona. 

Lo colorista de las colchas que hacían de tabiques formaba un paisaje espectacular para la vista de un niño fantasioso y falto de novedades.
Por el camino nunca faltaba la visita, si la marea estaba baja, al barco hundido, imágenes llena de aventuras inimaginables de piratas y contrabandistas.

Con el tiempo en la playa donde desembocaba la bajada desde el faro se iniciaron los primeros negocios, recuerdo una terraza que creo se llamaba el Refugio de la Puesta de Sol con una pista de baile, inmensa novedad, estaba situada privilegiadamente sobre la duna y cuando el mar presentó sus escrituras se lo llevo junto a otras construcciones que lo rodeaban.
La excursión más aventurera consistía, con el permiso de los soldados en subir a las torres de vigilancia que, hasta hace unos, años aún permanecían a la derecha del Faro, en una cota alta y junto a los cañones procedentes del “Príncipe de Asturias” y sobre los Bunkers pegados al camino del nuevo Mazagón con su cine de verano incluido.

En la década de los 60, no podía ser de otra manera, cumplí mi servicio militar en la batería, la odisea de llegar no era cosa menuda teniendo en cuenta que nos existía el puente que uniera la Punta del Sebo con La Rábida. La opción más viable consistía en tomar el autobús urbano que llegaba hasta Colón, tomar la barca de Bocanegra y en ella convencer a algunos de los muchos americanos que trabajaban con la Fluor Hispánica en la construcción de la refinería, generalmente amables accedían y nos dejaban en la obra y desde allí hasta la batería caminando por la interminable “recta” aborrecida por los que teníamos que caminarla con sol, lluvia, frío o calor. Ya en mi último verano militar la empresa Damas instauró un servicio desde Palos hasta Mazagón que, en parte, simplificó esas caminatas.

Tengo tantas recuerdos, experiencias, anécdotas de mi vida en Mazagón que, en sucesivas entregas, iré dejando algunas de las HOJAS SUELTAS de mi publicación “Recuerdos de mi infancia”, son estas: Viaje al Picacho, Amanecer en el Faro, La morera, La torre, Las madres, El barco hundido y Juan.
Que las disfrutéis con el mismo gozo que yo he vuelto a sentir cuando retomo parte de mi infancia entre las paredes de mi querido Faro del Picacho.


3 comentarios:

Blogger Sandra Figueroa ha dicho...

Paso a dejarte saludos de colores.......un fuerte abrazo a la distancia.

4 de julio de 2017, 9:30  
Blogger Del Rosa Al Amarillo ha dicho...

Mi querida amiga Sandra. Que alegría leerte, fuiste la primera visita de blog desde fuera de España ya hace casi 10 años. Saludarte es una inmensa satisfacción.
Espero que estés perfectamente y que hayas vuelto a tu blog tan interesante.
Un abrazo lleno de la alegría de un reencuentro despues de varios años.

6 de julio de 2017, 0:16  
Anonymous Anónimo ha dicho...

de nuevo coincido contigo, Diego. Yo hice las practicas de milicias en la batería del picacho en el año 1969, recién inaugurado el puente. ya había autobús Huelva a Mazagon y solamente había que andar como 1 km desde la carretera general a la batería. La mandaba el recordado capitán German Prados Valverde. Aprovechando el derrumbe del bar "puesta del Sol" se recuperaron viguetas y otras cosas para hacer unos aseos y una capilla en la batería. Había entonces allí solamente unos 25 soldados, ya que hasta 90 que era la plantilla, disfrutaban de repetidos permisos. salvo cuando hubo tiro, que estuvo la batería al completo.
También estaba la tienda-bar-restaurante de Hilaria, con ella al frente, fuente inagotable de historias y vivencias y mas lujoso "las Dunas" donde se quedaban los técnicos que habían venido a montar la base de Arenosillo, con los que cenábamos algunas noches
solamente había dos teléfonos en aquellos años en mazagon, el de la guardia civil y el de la batería atendido permanentemente por soldados de trasmisiones, que constituyo su uso, anécdotas suficientes como para escribir un libro.
un saludo de nuevo

22 de julio de 2017, 12:35  

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