domingo, 16 de septiembre de 2018

NARANJA


Os dejo retazos del sueño en color NARANJA de mi libro SUEÑOS EN 39 COLORES.  Fotografía de Jorge Lázaro. modelo: Angie Castaldi

Atravesó campos llenos de una vegetación voraz que ya había
crecido nuevamente cuando apenas había acabado de cortarla.
Durmió en rincones acunados por claros de luna entre el chillido
eterno de las aves del trópico, pero siempre guiado por la certeza
de que encontraría ese otro mundo, en forma de barco varado entre
árboles, donde reposaría de años enteros caminando solo con el
rumbo que le marcaban sus sentimientos.
Cuando aquella tarde, preñada por las lluvias de agosto, avistó
los viejos mástiles, doblados por el peso del tiempo, sintió como
su corazón le gritaba que había llegado hasta el puerto donde podría
reposar por vez primera desde que salió, siendo un niño, de
los chozos donde había nacido. Avanzó con los latidos del corazón
acelerados y la vista fija en el porche, que era la cubierta de la casa
hecha barco, allí pudo ver a una niña sonriente, los ojos verdes y
las pecas alumbrando su rostro. Apretó el paso sintiendo el pulso
desbocado. Conforme se acercaba, la figura se fue diluyendo, el
cielo se oscureció en momentos y sintió un mal viento en el rostro
que le heló el corazón…

Al llegar hasta ella, encontró una anciana vestida de negro
esperando, sin duda, su llegada profética. Acercó su mano para tocarla
y la figura se diluyó en una nube de polvo que el viento se
llevó entre remolinos preñados de sortilegios. Desorientado, y con
los ojos muy abiertos, se sentó en la escalinata junto a la mecedora
vacía sin saber muy bien qué o a quién podría esperar…

En ese momento el Sueño pareció dudar, le acaricié dulcemente
sus manos para que abriese los ojos y volviese a nuestra realidad…
Lo hizo, me sonrió y me dijo: “Amor mío, la vida es como
los sueños preñados de búsquedas lejanas e imposibles, por eso,
cuando en cualquier esquina de tu camino encuentres al amor de
tu vida, cógelo, dale la mano, cierra los ojos y vívelo sin pensar lo
que pueda durar, porque cada instante de ese amor valdrá siempre
más que toda una vida de monotonías…”
Se dejó rodear por mis brazos y reposó su cabeza en mi hombro
mientras me decía…

“Con esta historia que te acabo de entregar, quiero que me
construyas un cuento, con final feliz, para no olvidarlo jamás...”
La acaricié desde mi cercanía y le pregunté: “¿Cómo quieres
que te lo cuente…?”
Perdida en la inmensidad de nuestra ternura, sombreada por
la cercana bandera amarilla, me susurró tiernamente… “Cuéntamelo
como nunca antes jamás se lo hayas contado a nadie…”

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