HOJAS SUELTAS. VERANO EN LA VEGA
II VERANO EN LA VEGA
Cuando en los anchos días del
estío, llegaba la hora de la siesta, un extraño silencio cubría la penumbra del
portal donde hacíamos la vida, en la calle del “medio almú”. Era ese extraño vacío sonoro que nunca acaba
de concretarse… roto en enormes trozos por los grandes ruidos de la Vega que, a
su vez, se multiplicaban en pequeñas piezas, por los sones de platos en la
cocina, de la jarra en la tinaja o de las puertas de la alacena…
Yo me sentaba junto a
la rinconera, en la silla baja de aneas, leyendo
-como siempre- al compás de mi pródiga fantasía de niño
imaginativo y con el silencioso temor de la siesta de mi padre.
En aquella penumbra,
me entretenía el juego sin palabras de
los rayos de sol que, filtrándose, entre
los deterioros de los tableros de madera que sombreaban la casa… componían curiosas figuras contra la pared…
La abuela María, en el
umbral infantil de la vejez, no cesaba de pasear con torpeza y decisión mal
vencida por los años, pero siempre con el oído presto, para escuchar la voz
monótona y cantarina del vendedor ambulante de helados.
1 comentarios:
Encantada con tu vuelta Diego.
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