lunes, 22 de agosto de 2016

MI CUADERNO DE BITÁCORA. VENECIA


Llegué a Venecia en una perfecta tarde de verano, cuando el ocaso comenzaba a adueñarse del Gran Canal y lo hice de la mejor manera posible, a bordo de un vaporetto que me dejó a la puerta del  Hotel situado, con su privilegiada fachada volcada al Canal y junto a la Plaza de San Marcos.


VENECIA, un nombre cargado de ensoñaciones románticas, de brisas de amor, de paisajes vaporosos, de callejuelas sombrías y húmedas pero preñadas de sueños. 

Todas acaban por depositarte en la PLAZA DE SAN MARCOS, sin duda una de las más bellas del mundo, sus laterales porticados llenos de comercios y de unos intimistas cafetines con las mesas asomadas al bullicio de la plaza.   Camareros sacados de una novela de Oscar Wilde, impecables, casi ancianos y de fondo, las orquestinas que te envuelven con sus sones de piezas clásicas, recuerdo dos El Minuetto de Boccherini y El Pequeño Concierto Nocturno de Mozart. Pasear por ella, sortear las palomas, admirar las columnas culminadas por  leones, la Campanille de ladrillo, con una hermoso vista de toda la ciudad, la torre del reloj con las figuras de los moros que dan las horas,   recorrer la fachada de la Basílica y junto a ella el PALACIO DEL DOGO con sus estrechas ventanas volcadas a la vista impagable de Murano, Burano, Mestre y, sobre, todo San Giorgio Maggiore, con la fachada de su iglesia obra de Vicenzo Scamossi, los atardeceres recortados en la silueta de su torre son postales flotando en el azul del Adriático para envolver la pantanosa bahía con sus 150 canales y  400 puentes.


Inicias el día paseando por el laberinto de canales y puentes interiores de una ciudad sin calles, sustituidas por las “sestieres”  numeradas,  y sin tráfico, en poco más de media hora se puede atravesar la ciudad de norte a sur en una experiencia inolvidable, detenerte a reponer fuerzas en una cualquiera de las docenas de tractorías y volver en dirección a la Plaza de San Marcos para desde ella, contemplar la cadena de islas que dan movimiento a la bahía y pasear por la zona de muelle del Gran Canal, a la izquierda de la Plaza de San Marcos y a escasos metros, el PUENTE DE LOS SUSPIROS, aunque deba aclarar que no eran de enamorados como muchos creen, sino de condenados a muerte que pasaban por su interior desde la Prisión hasta el Palacio del Dogo donde serían ejecutados.


Al atardecer un paseo en góndola, en mi recuerdo otra embarcación que se movía entre todas las demás cargada de músicos entregándonos canciones made in Italia, dejar que oscurezca a bordo de una góndola, arroparte de los sonidos del remo del gondolero y de la sensación impagable de saber que estás en la cuna del amor.     Para terminar una jornada veneciana, pasear hasta el Puente RIALTO, dejando reposar la vista en los palacios decadentes, herrumbrosos, testigos mudos de épocas esplendorosas cuando en la Alta Edad Media, la ciudad era el centro del comercio, sentarte en una elegante pizzería, sobre el propio puente,  y acompañar la visión de los vaporettos navegando bajo el,  mientras cenas a la luz de las velas con la compañía de las insustituibles mandolinas.



Si espectacular fue mi llegada, la salida rodeando al vaporetto un cielo de azules infinitos y de un mar turquesa absolutamente fascinante dignos de una pintura del Renacimiento…



Ah VENECIA y sus sensaciones eternas…

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