MI CUADERNO DE BITÁCORA. VENECIA
VENECIA, un nombre cargado de ensoñaciones
románticas, de brisas de amor, de paisajes vaporosos, de callejuelas sombrías y
húmedas pero preñadas de sueños.
Todas acaban por depositarte en la PLAZA DE SAN MARCOS, sin duda una de las más bellas del mundo, sus laterales porticados llenos de comercios y de unos intimistas cafetines con las mesas asomadas al bullicio de la plaza. Camareros sacados de una novela de Oscar Wilde, impecables, casi ancianos y de fondo, las orquestinas que te envuelven con sus sones de piezas clásicas, recuerdo dos El Minuetto de Boccherini y El Pequeño Concierto Nocturno de Mozart. Pasear por ella, sortear las palomas, admirar las columnas culminadas por leones, la Campanille de ladrillo, con una hermoso vista de toda la ciudad, la torre del reloj con las figuras de los moros que dan las horas, recorrer la fachada de la Basílica y junto a ella el PALACIO DEL DOGO con sus estrechas ventanas volcadas a la vista impagable de Murano, Burano, Mestre y, sobre, todo San Giorgio Maggiore, con la fachada de su iglesia obra de Vicenzo Scamossi, los atardeceres recortados en la silueta de su torre son postales flotando en el azul del Adriático para envolver la pantanosa bahía con sus 150 canales y 400 puentes.
Todas acaban por depositarte en la PLAZA DE SAN MARCOS, sin duda una de las más bellas del mundo, sus laterales porticados llenos de comercios y de unos intimistas cafetines con las mesas asomadas al bullicio de la plaza. Camareros sacados de una novela de Oscar Wilde, impecables, casi ancianos y de fondo, las orquestinas que te envuelven con sus sones de piezas clásicas, recuerdo dos El Minuetto de Boccherini y El Pequeño Concierto Nocturno de Mozart. Pasear por ella, sortear las palomas, admirar las columnas culminadas por leones, la Campanille de ladrillo, con una hermoso vista de toda la ciudad, la torre del reloj con las figuras de los moros que dan las horas, recorrer la fachada de la Basílica y junto a ella el PALACIO DEL DOGO con sus estrechas ventanas volcadas a la vista impagable de Murano, Burano, Mestre y, sobre, todo San Giorgio Maggiore, con la fachada de su iglesia obra de Vicenzo Scamossi, los atardeceres recortados en la silueta de su torre son postales flotando en el azul del Adriático para envolver la pantanosa bahía con sus 150 canales y 400 puentes.
Al atardecer un paseo en góndola, en mi
recuerdo otra embarcación que se movía entre todas las demás cargada de músicos
entregándonos canciones made in Italia, dejar que oscurezca a bordo de una
góndola, arroparte de los sonidos del remo del gondolero y de la sensación
impagable de saber que estás en la cuna del amor. Para terminar una jornada veneciana,
pasear hasta el Puente RIALTO, dejando reposar la vista en los palacios decadentes,
herrumbrosos, testigos mudos de épocas esplendorosas cuando en la Alta Edad Media, la
ciudad era el centro del comercio, sentarte en una elegante pizzería, sobre el
propio puente, y acompañar la visión de
los vaporettos navegando bajo el, mientras cenas a la luz de las velas con la compañía de las insustituibles
mandolinas.
Si espectacular fue mi llegada, la salida
rodeando al vaporetto un cielo de azules infinitos y de un mar turquesa
absolutamente fascinante dignos de una pintura del Renacimiento…
Ah VENECIA y sus sensaciones eternas…
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio