CRÍTICA "LAS CARAS DE HUELVA"
Facebook me recuerda la publicación de esta crítica de mi libro efectuada por el escritor, académico y poeta Manuel Garrido Palacios y que incluye en su blog personal. Un honor para mí. Mil gracias.
Diego Lopa Garrocho LAS CARAS DE HUELVA.
Universidad de Huelva
En la calle Medio Almud, o Amado de Lázaro, paso entre San José, Independencia, Ginés Martín, Jacobo del Barco y Aragón, estaba la taberna de Carmelo y Claudina, padres del escritor Diego Lopa Garrocho. El local tenía su mostrador de madera, su viejo reloj de péndulo, una cabeza de toro disecada donada por el Litri, su patio cubierto por una enorme parra y un buen vino valorado por los paladares. Diego, aparte de lo dicho, la distingue de las otras del barrio: El Valle, El Treinta y uno, Sietenovias o El Túnel de Pavón porque, además de acudir gente modesta, como a todas, era lugar de tertulias de lo cultural, lo artístico y lo taurino a un tiempo. Limitaban el sitio por el Norte el cabezo de la tragedia, el Hospital de la Merced por el Este, la Vega por el Sur y la ciudad al otro lado. Por aquel ámbito se movían las figuras de Dolores la Papera, Pepa la de la Cebá, Paco Asunto, Zacarías el carbonero, Anacarte, Ana Limón, la Pineta, Hierro el del aguardiente, Ricardo el de los carros, Juana la Camisera, el Picúo, el Cano, el Cinini, el Cuartoquilo, el Miji, el Trabuco, el Pepico, el Juanini y los que de mayores fueron escritores, como Rafael Delgado, o periodistas, como Jesús Hermida o José María Segovia, o pintores de fama, como Seisdedos. Sobre este aire ha escrito Diego Lopa su hermoso libro: “Las caras de Huelva”.
Si es verdad que “la cara es el espejo del alma”, Diego Lopa ha querido poner rostro al escenario en el que se desarrolló su vida, dividiéndolo en secuencias o capítulos en los que salen de las sombras personajes que deambulaban por el olvido colectivo (Arturito, que rasgaba el aire de una ciudad por hacer con su vara, sus gritos y sus carreras, que las madres usaban para meter miedo a los niños, o el Nini, que nadie supo si tenía o no valor frente a un toro, pero que parecía desconocer el miedo). No en balde dice en el prólogo el Rector de la Universidad, Francisco José Martínez, que “las caras lo dicen todo, reflejan lo vivido, lo anhelado, lo sufrido, la felicidad, la aflicción, lo que se hereda con los genes”. Y es que las caras de este libro conforman la cara de la ciudad en la generación del autor; caras de personas, de monumentos, de calles, unas vivas, otras en la memoria común, todas resistiendo el duro embate del vendaval del olvido.
Diego Lopa escribe que ha visto crecer a Huelva a la par que él mismo, y deja resbalar su nostalgia al nombrar sus paisajes favoritos, esos que lo vieron tomar notas durante años para darlas ahora en estas páginas: “los atardeceres en el muelle del Tinto, los olores a brea y a salitre en la Glorieta, las Colombinas en el muelle, la Cinta y su feria, la Fuente Magna, la de las Naciones, el Titán, San Sebastián en su barrio, la llegada del primer Obispo, la venida de la Virgen de Fátíma, los partidos del Velódromo, los paseos ‘arrastra pies’ por la calle Concepción, los cines de verano, la Plaza de las Monjas, el Conquero, la sesión numerada del domingo en el Mora, en el Rábida, en el Gran Teatro, en el Oriente, la quiniela en el Buenavísta, la primera cerveza en La Copa, en El Tupi, las biznagas de jazmín, el vendedor de caballas, el de las sardinas: ¡Las llevo vivitas, del alba, de galeón!, las patatas fritas de la rubia, el kiosco de Manuel, la tienda de Baltasar, las sultanas del chato, el ver pasar los toreros en los coches de caballos, los tranvías amarillos, sin dejar atrás las calles adoquinadas donde se jugaba a piola, a las bolas o al fútbol con pelotas de trapo, calles en las que los vecinos se sentaban en las noches de verano para charlar bajo la bonanza del clima, ausentes de prisas…”, es decir, todo un conjunto de anécdotas elevadas al rango de categoría por su mano y por su voz, ya que el libro trae un CD con este hervor latente.
Avalan la edición la Universidad de Huelva y Uniradío, que emite el programa “Del rosa al amarillo”, germen de estos textos, espacio en el que el autor ha entrevistado a docenas de dueños de esas caras, riqueza expresiva y documental a la que ha añadido sus recuerdos. He aquí el fruto.
Se preguntaban los antiguos griegos cuando una obra se culminaba si el actor había puesto pasión en ella. Situando la pregunta en nuestros días y aplicándola a este libro y a su artífice, Diego Lopa Garrocho, cabe contestar: Toda.
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