jueves, 12 de abril de 2018

WILLIAM MARTIN 3


Estamos en el mes en el que se cumplen 75 años de la aparición del cadaver del mayor William Martin en la playa de La mata negra y continuo con el capítulo que dedico a ese momento en mi libro sobre "El hombre que nunca existió". 

CAPÍTULO 16.- DE LA MAÑANA DEL VIERNES 30 DE ABRIL AL MEDIODÍA DEL DOMINGO 2 DE MAYO DE 1943.
Continuación...

Se les había encargado un entierro de 5ª clase, una de las tarifas más económicas, concretamente según la factura expedida el costese elevó a 250.- pesetas más otras 6.- en concepto de arbitrios municipales.
Me cuenta Paco Morales que nada les llamó especialmente la atención de aquél “servicio”
como lo denominaban profesionalmente. Se dispuso para el traslado la popular
“Sopera”, un medio de transporte para los difuntos, ideado y diseñado por
el propio Paco, según me indica con cierto regusto de satisfacción, dado que en
aquella fecha aún no existían los vehículos a motor para estas tareas. La Sopera era
un coche de madera, abierto por su parte trasera, de forma cuadrada y tirada por
un solo caballo examinados por el responsable de la Comandancia, el ya mencionado Pascual del Pobil, en presencia del vicecónsul inglés Francis Haselden y recogidos posteriormente
por el marino español para los trámites ordinarios en las dependencias de la
Comandancia de Marina. Paco recuerda como el cuerpo del ahogado fue introducido
en el coche fúnebre para trasladarlo hasta el cementerio católico de La
Soledad y dado que la zona del puerto pertenecía, eclesiásticamente hablando, a
la Parroquia de La Concepción, la Sopera debió pasar por delante de ella donde
esperaba su párroco, D. José Manuel Romero Bernal, para rezarle un responso.
Al llegar al camposanto, hasta donde se habían trasladado Emilio y Paco Morales
en un coche de caballos, el cadáver fue llevado al popularmente conocido
como Depósito y colocado en la mesa de mármol donde se le practicaría la autopsia
que fue efectuada por el Doctor Eduardo Fernández  del Torno, ayudado por su hijo el Doctor Eduardo Fernández Contioso.




Me he reunido varias veces, desde el inicio de estas investigaciones, con José
Francisco Fernández Jurado, mi amigo de infancia Iski, nieto e hijo respectivamente
de los forenses, quién me cuenta la coincidencia de que su padre regresase
del viaje de bodas el mismo día en que su abuelo iba a efectuar la autopsia del cadáver
del militar inglés encontrado en la playa de La Bota,el Dr. Fernández del Tormo,
ante la noticia de la llegada  de su hijo, le llamó para quele acompañase en una práctica
forense que se apartabade las habituales de aquellosaños en Huelva y lo hizo con
una frase castiza, propia de la reconocida bondad de esta familia ampliamente arraigadadesde hace cuatro generacionesen la vida social y culturalde Huelva… “Niño ten mucho
cuidado que este muerto viene muy bien vestido…”. Con rigor, pero con las limitaciones
propias de la época en  un recóndito lugar como era nuestraciudad, determinó que el cuerpo no presentaba contusión alguna, que había muerto ahogado, asfixia por sumersión y que su cadáver llevaba entre 8 y 10 días en el mar.


Se debe tener en cuenta la dificultad que representaba poder distinguir, sin practicar pruebas histológicas, si el líquido en los pulmones procedía del ahogamiento o era fruto de la ocupación
parenquimatosa por un proceso inflamatorio (neumonía). No obstante esa carencia, al médico
onubense le quedaron dudas razonables sobre algunos a spectos del cadáver, por ejemplo es habitualo bservar en los cuerpos de los ahogados que han permanecido varios días en el mar las marcas producto de las mordeduras de los peces, no aparecíanningunas, también que la piel e incluso el calzadono presentasen las características de quién, teóricamente, lleva tanto tiempo en el mar, aquél cadáver parecía llevar “muerto”más de los diez días señalados… Estas circunstancias debían haber sido advertidas,si hubiesen actuado de una manera rigurosa, por los servicios secretos alemaneshasta llevarlos a considerar unas dudas razonables sobre la presunción de que la muerte se hubiese producido, realmente, junto a las costas de Huelva por ahogamiento y en fechas recientes.

En base a este pronóstico sobre la fecha del fallecimiento, resultó milagroso que los servicios de
inteligencia alemanes no la casasen con la correspondiente a los billetes de la comedia para al día 22 de Abril o con el pago de la factura del Club de Oficiales fechada el día 24. Estos detalles tan simples hubiesen echado por tierra todo el plan tan minuciosamente elaborado. En su libro “The manwho never was”, tantas veces repetido en estas páginas, el propio Montagu reivindica el acierto del médico español puesto en tela de juicio por el orgulloso
patólogo inglés Spilsbury que, por cierto, puso fin a sus días suicidándose en extrañas circunstancias según me indica Isabel Naylor. 




Parece ser que después de comer en solitario en el mismo Club Carlton Junior, donde precisamente se había entrevistado con Montagu en los inicios de la operación, se dirigió a su laboratorio que cerró para seguidamente abrir la llave del gas hasta que le sobrevino la muerte. Su orgullo no le permitía aceptar los erroresque la merma de sus facultades le estaba acumulando en su historial médico. Un hombre que había certificado tantas muertes dejó la suya en el anonimato.
Dice Montagu… “El médico español había establecido, no sin motivo, que la muerte debía haberse producido varios días antesque el cuerpo fuese encontrado el30 de Abril… Si los alemanes hubiesen tomado en consideración el parecer del médico español respecto a la fecha de la muertey de la cual, al menos su agente secreto en Huelva debería tener conocimiento, y hubiesen confrontado fecha de la muerte con fecha de partida, la estratagemahubiese volado por los aires. 

Fue mérito de la buena suerte que nadie hiciera caso de esta discrepancia de fechas”.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio