CEREZA
Os dejo parte de uno de MIS SUEÑOS EN 39 COLORES, en este de inicio de otoño con calor de verano y olores de primavera el color os regalo CEREZA con foto de Jorge Lazaro y la modelo Marina Martínez.
Tenías los labios trémulos y azulados por la emoción, la boca
redonda y absorbente y los míos decididos a poseerte desde la dulzura
confundida con el deseo. Fue un beso largo, profundo, dominador,
dialogante y entregado. Me reconocí a mi mismo que nunca
antes había besado así, con esa eternidad, con esa pérdida de la
noción del tiempo. El agua de las dos bocas se desbordó remontándose
hasta el último rincón de nuestros labios para vaciarse en el
otro como un dulce e irrenunciable veneno.
Desde la profundidad del beso, noté en mi espalda un estremecimiento, desconocido hasta
este momento, y que me recorrió los sentidos haciéndome cerrar
los ojos para recrearme en el abandono mutuo de nuestros cuerpos.
Sé que los dos nos sentimos felizmente vacíos, como si el
cuerpo de cada uno se hubiese transmutado al del otro. Sé que los
dos tuvimos la sensación de que ese beso iba a marcar una fecha,
para siempre inolvidable, en nuestras vidas.
La seguridad de que después de ese beso comenzaría una nueva existencia para los dos,
de que nunca nos íbamos a lograr despegar del recuerdo de estos
labios posesivos y acariciantes que, por ambas partes, tenían un
marcado sabor a vainilla, limones dulces y canela en una extraña
mezcolanza llenas de voluptuosidades, asechanzas y entrega sin
posibilidad de retorno.
Cuando abrimos los ojos los dos sabíamos que, mientras nos
besábamos, habíamos perdido la posesión de nuestros cuerpos y el
dominio de las voluntades que se habían resignado, ante lo inevitable,
como el náufrago que baja sin resistencia entre las olas con la
sensación de no llegar nunca al fondo.
Tenías los labios trémulos y azulados por la emoción, la boca
redonda y absorbente y los míos decididos a poseerte desde la dulzura
confundida con el deseo. Fue un beso largo, profundo, dominador,
dialogante y entregado. Me reconocí a mi mismo que nunca
antes había besado así, con esa eternidad, con esa pérdida de la
noción del tiempo. El agua de las dos bocas se desbordó remontándose
hasta el último rincón de nuestros labios para vaciarse en el
otro como un dulce e irrenunciable veneno.
Desde la profundidad del beso, noté en mi espalda un estremecimiento, desconocido hasta
este momento, y que me recorrió los sentidos haciéndome cerrar
los ojos para recrearme en el abandono mutuo de nuestros cuerpos.
Sé que los dos nos sentimos felizmente vacíos, como si el
cuerpo de cada uno se hubiese transmutado al del otro. Sé que los
dos tuvimos la sensación de que ese beso iba a marcar una fecha,
para siempre inolvidable, en nuestras vidas.
La seguridad de que después de ese beso comenzaría una nueva existencia para los dos,
de que nunca nos íbamos a lograr despegar del recuerdo de estos
labios posesivos y acariciantes que, por ambas partes, tenían un
marcado sabor a vainilla, limones dulces y canela en una extraña
mezcolanza llenas de voluptuosidades, asechanzas y entrega sin
posibilidad de retorno.
Cuando abrimos los ojos los dos sabíamos que, mientras nos
besábamos, habíamos perdido la posesión de nuestros cuerpos y el
dominio de las voluntades que se habían resignado, ante lo inevitable,
como el náufrago que baja sin resistencia entre las olas con la
sensación de no llegar nunca al fondo.
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