MI PRIMER VIAJE EN TREN
Desde mi fantasía de niño soñador, el tren era un compendio de ilusiones,
de caminos desconocidos, de historias llenas de aventuras. Mi posterior anhelo
de conocer mundos, se veía avanzado en mi gusto por las estaciones de
ferrocarril. Las dos de Huelva por
aquellos años estaban, para mi, llenas
de mundos extraños, humanamente cercanos… Verlas llenas de gente con
desgarradas despedidas, sonoros recibimientos, con las madres y las muchachas
en flor llevando sus cartas al buzón de
correos, llegan antes decían. Desde niño, siempre me llamaron la atención las
novelas y las películas que comenzaban en estaciones de trenes, sus viejos
bancos de madera, sus humos, su cochambre perpetua. Siempre me gustaron estos
lugares que desde mi imaginación me
llevarían algún día, sin duda alguna, a los más exóticos destinos, a países
sobre los que las láminas de mis libros me empapaban las seseras durante horas…
Muy pequeño, con solo 10 años subí
por vez primera a un tren. Destino.
MADRID, los días previos fueron de nerviosismo y sueños llenos de rascacielos, enormes calles,
tranvías y buses de dos plantas, luces de colores, coches sin fin y aquellos
enormes cartelones de los cines de la Gran Vía con mis artistas
favoritos agigantados. El viaje era un premio para alumnos aventajados, una
semana en Madrid en un Colegio Mayor, museos, zoo, paseos, confieso que la
presencia de mi primo Genaro hizo mi asistencia posible lo que en caso
contrario hubiese sido una quimera. La noche
antes dormimos todos los elegidos juntos en el Colegio Menor frente al Instituto de La Rábida, la primera etapa
acababa en Sevilla y el tren salía de madrugada nunca supe por qué los trenes,
en aquellos años, siempre salían antes del alba.
Que noche de insomnio, que apresurado
recorrido por las calles solitarias de Huelva desde El Conquero, San Pedro, Las
Tres Calles, Miguel Redondo hasta desembocar en el Bar La Palma refugio de noctámbulos
y viajeros madrugadores.
Con una breve parada en Sevilla,
tras tres horas de viaje, subimos a uno de los trenes correo de aquellos años,
vagones corridos, de madera, banco de tiras y más de 24 HORAS hasta llegar a
Atocha con su enorme letrero de GAL. Veinti muchas horas que podrían agotar a los
que subimos ahora a los AVES, pero
entonces la medida del tiempo era diferente, la emigración interior llenaba los
pasillos de colchones, baúles, fiambreras de comida, botijos y hasta aves de
corral, la presencia de una pareja de la Guardia Civil era
secular en los trayectos en cuyas estaciones subían vendedores, aguadores, daba
tiempo para todo en cada parada. Y desde mi perspectiva de niño, horas asomado
a la ventanilla, soportando los humos y los vapores de las pesadas máquinas… A mí, esa visión de los paisajes, me trasladaban en alas de no se que fantasías
hasta unos mundos que siempre había soñado y que por entonces nunca supuse que
llegaría a visitar…
Ahora cuando hago en pocas horas,
viajes de miles de kilómetros en sofisticados
medios de transporte siempre recuerdo, con una sonrisa de complicidad interior,
como escribí la primera página del amplio libro de mis viajes…
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio