HOJAS SUELTAS. LAS MADRES
Continúo con mis HOJAS SUELTAS referidas a mis vivencias de infancia en el faro del Picacho, en esta ocasión quiero recuerdar el reverencial temor que me producian las aguas negras de LAS MADRES y su destartalado puente de viejas maderas. La foto es de Manuel González Flores
XIII.- LAS MADRES
Cuando sentados al fuego en las
frías noches de invierno navideño, la abuela Milagros me contaba historias,
siempre le pedía que volviese a repetir la de las Madres…
Las Madres que escalofrío
cuando oía su nombre… Las Madres… y que
silencioso temor al pasar sobre su destartalado puente de maderas negras y
carcomidas, mientras veías sus aguas
turbias mirarme desde el fondo.
Decía la tradición
que un pastor buscando una cabra perdida, se había adentrado en una noche de
luna llena en las charcas de la ciénaga de las Madres y que allí, aprisionado
por fuerzas invisibles, tuvo una muerte lenta y horrible. Esa misma tradición recogía que sus
lamentos se volvían a escuchar cada vez que la luna era llena y se reflejaba en
sus aguas negras y sucias.
En mi infantil y
fantástica mente, el grito del pastor se repetía una y otra vez, entre las paredes
altas y húmedas del faro y durante mucho tiempo, asocié la llamada lastimera
del pastor, con el sonido metálico de los cencerrillos que llevaban las cabras,
cuando esto sucedía al atardecer entre las primeras sombras, una extraña
desazón se apoderaba de mí, entristeciéndome y dejándome aún más en soledad, una soledad que, solo desaparecía, cuando con
paso que comenzaba veloz y acababa en carrera, cruzaba el patio del faro y me
iba junto a mi amiga la vieja morera de la puerta principal
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