MI CUADERNO DE BITÁCORA: CHINA
MI CUADERNO DE
BITÁCORA: CHINA
Cipango, Catay…
nombres evocadores de mi adolescencia, Cipango y Catay, las tierras donde
soñaba llegar Cristóbal Colón atravesando los mares desde nuestra Huelva.
Cuando explicaba esos sueños, desde el abrazo del Tinto y el Odiel junto al
convento Rabideño, mostraba, desde su fantasía, la primera visión de esas tierras en el
amanecer que los recibiría al arribar a ellas. Casas con tejados de oro,
elefantes engalanados con los próceres locales para recibirlos, riquezas sin
cuento y miles de infieles para llevar hasta el bautizo y su conversión a la
religión católica.
Todos esos recuerdos se me
agolpaban cuando estaba a punto de aterrizar en el aeropuerto de Pekín, después
de más de 24 horas de viaje, incluida una escala en Estambul. Después de tantos viajes, este superaba en
lejanía y expectativas a otros muchos. Era conocer una nueva cultura, una forma
de vida diferente y dos ciudades llenas de promesas: PEKÍN Y SHANGHAI.
Mi primera visión de la capital
china no pudo ser más alejada de los sueños del almirante, los suburbios
cercanos al aeropuerto, camino de la ciudad,
con bastante suciedad y proliferación de obras ante la proximidad de los
JJ.OO., aclaro que mi visita fue exactamente hace dos años, aunque como
contraste a esta pobreza, mi primera cena fue en el Restaurante Maxim, sucursal
del celebérrimo de igual nombre en París, realmente variada y magnífica como
antesala de la visita, en la mañana siguiente, a la PLAZA
DE TIANANMEN, la mayor plaza del mundo, con una extensión de 40 Ha. Paseando por su inmensidad recuerdo los dramáticos sucesos
que, de alguna manera, iniciaron el camino de unos tímidos cambios en el
país. Inmensas colas ante el Mausoleo de
Mao, nuestro grupo despertaba una inusitada curiosidad entre los campesinos del
interior que, según nos dijo el guía, al menos una vez en su vida el gobierno
les subvenciona su visita a este lugar.
Al fondo la entrada a la inmensa CIUDAD PROHIBIDA, residencia de dos dinastías la Ming y la Quing, con 9.999
habitaciones lo que constituye el mayor palacio del mundo. Después del almuerzo, la visita al Palacio de
Verano, con una impresionante puesta de sol en su lago enmarcaron mi primer día
en China.
Deseaba intensamente visitar LAS
TUMBAS DE MING y LA GRAN MURALLA, debo confesar mi
desilusión con las primeras y mi pequeñez asombrada ante la inmensidad de la GRAN MURALLA, caminé alejado
del grupo, degusté semejante grandeza,
abrumado por sus dimensiones, 6.000 kilómetros,
e interiorizando que los extremos de aquel lugar, donde me encontraba paseando
con un frío intensísimo, pese a la esplendidez de un sol tibiamente cercano, se
situaban en sitios tan lejanos como las montañas de Corea y el desierto de
Gobi… Y antes de dejar PEKÍN como olvidar EL
MERCADO DE LA SEDA,
paraíso para los compradores, un inmenso edificio de varias plantas, 7 u 8 no
recuerdo, donde tienes absolutamente de todo, eso si… bajo el implacable
reinado del regateo más farragoso.
Mi primera visita en SHANGHAI fue, dada
la hora de la llegada, a un restaurante para una cena espléndida aunque lo
curioso, para mí, fue que la degustamos
en la planta 41 de un rascacielos que superaba los 60 pisos y que en la que
estábamos cenando era rotatoria, espectacular, y aún me cuesta trabajo asimilar
como una sola planta, del casi centro de edifico, da vueltas mientras el resto
permanece estático.
La mañana siguiente nos deparó la
visita al TEMPLO DE BUDA DE JADE, el más famoso de SHANGHAI, se percibía en las
oraciones de los monjes una devoción y una sensación etérea absolutamente llena
de espiritualidad. Es costumbre dejar
cintas rojas con tus peticiones en unos cuidados bonsáis que se sitúan en el
patio central, mientras en unos enormes botafumeiros se queman esencias. En este punto me recuerdo transportado por
el misticismo del momento, hasta que me devolvió a la realidad uno de los
monjes sacando de su túnica naranja un teléfono móvil y apartarse a charlar
tras unas columnas… Cosas de la
globalización.
SHANGHAI tiene un precioso malecón,
nada que ver con el de La
Habana, está rodeado en sus dos orillas, de enormes rascacielos y una espectacular
torre de TV, caminar por él fue
sencillamente inolvidable y, desembocando en el paseo, amplias calles
peatonales, paraíso del comercio, esto es China amigos. Realmente recorrer sus avenidas se puede
confundir perfectamente con hacerlo por cualquier ciudad de los USA.
Anécdota, tras la cena de despedida
del viaje en el mismo Hotel donde nos alojábamos, un hotel absolutamente
IMPRESIONANTE al igual que el de Pekín, tomamos la penúltima copa en uno de los
bares del edificio, solo que estaba en la planta 66 y que las paredes eran
íntegramente de cristal, con una vista nocturna de la ciudad que me sirvió de
broche a un viaje de regreso, interminable,
con escalas en Pekín y Estambul.
Una página más de mis experiencias
viajeras pero en este caso, absolutamente agotado de tantas horas de aviones y
aeropuertos. Como nota positiva de las
escalas, el despegue de Estambul al amanecer, con una maravillosa vista de una
ciudad tan hermosa y a la que, en breve, dedicaré uno de los capítulos de mi
CUADERNO DE BITÁCORA.
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