SAIDA Y ROCÍO EN 39 COLORES. SEPIA
Retomo la materialización de capítulos de MIS SUEÑOS EN 39 COLORES y lo hago con el color SEPIA, sin duda uno de mis favoritos y el que me empujó a escribir los 38 restantes.
Fotografía de Rocío Escudero. Modelo Saida del Pino Que lo disfruteis
Te quitabas el lazo de la cintura, te arrancabas las sandalias,
tirabas a un rincón tu amplia falda de algodón, me parece, y te soltabas
el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada
y reías. Estábamos tan cercanos que no podíamos ni vernos, los
dos absortos en un rito que pretendíamos eterno y resultaba efímero
pero repetible, envueltos en el calor y el olor que creábamos juntos.
Me abría paso por tus caminos del alma. Mis manos buscaban
por tu cintura temblorosa y encontraban las tuyas impacientes
para recorrer juntas los caminos interminables de los sueños compartidos.
Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías
con tu presencia mientras me decías mil veces: “ven” con tus labios
posados sobre los míos.
En el instante final teníamos un atisbo de una completa soledad,
disfrutada a partes iguales, cada uno perdido en su quemante
abismo, pero gozando de un horizonte compartido donde pronto
resucitábamos desde el otro lado del fuego, para descubrirnos abrazados
en el desorden de los inmensos almohadones, bajo el mosquitero
blanco de nuestros sueños.
Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos del alma,
unas veces sonreías mientras los entornabas y otras te sentabas a
mi lado. Las piernas recogidas con una gracia innata que oscilaba
entre la inocencia y la provocación, te gustaba pasarte el chal de
tirabas a un rincón tu amplia falda de algodón, me parece, y te soltabas
el nudo que te retenía el pelo en una cola. Tenías la piel erizada
y reías. Estábamos tan cercanos que no podíamos ni vernos, los
dos absortos en un rito que pretendíamos eterno y resultaba efímero
pero repetible, envueltos en el calor y el olor que creábamos juntos.
Me abría paso por tus caminos del alma. Mis manos buscaban
por tu cintura temblorosa y encontraban las tuyas impacientes
para recorrer juntas los caminos interminables de los sueños compartidos.
Te deslizabas, me recorrías, me trepabas, me envolvías
con tu presencia mientras me decías mil veces: “ven” con tus labios
posados sobre los míos.
En el instante final teníamos un atisbo de una completa soledad,
disfrutada a partes iguales, cada uno perdido en su quemante
abismo, pero gozando de un horizonte compartido donde pronto
resucitábamos desde el otro lado del fuego, para descubrirnos abrazados
en el desorden de los inmensos almohadones, bajo el mosquitero
blanco de nuestros sueños.
Yo te apartaba el cabello para mirarte a los ojos del alma,
unas veces sonreías mientras los entornabas y otras te sentabas a
mi lado. Las piernas recogidas con una gracia innata que oscilaba
entre la inocencia y la provocación, te gustaba pasarte el chal de
transparencias entre un hombro y tus pechos que sonreían tras las
proposiciones indecentes y mágicas del tejido y, todo esto, lo hacías
rodeada del silencio de la noche que apenas comenzaba.
Así te recuerdo…en una calma, mezcla de extenuación y de
deseo renovado…
Yo entonces te miraba, perdiéndome en la profundidad de tus
ojos claros, y te decía
“Cuéntame un cuento”
“¿Cómo lo quieres…?” me preguntabas
Y yo, izando una imaginaria bandera amarilla, te respondía:
“Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie…”
proposiciones indecentes y mágicas del tejido y, todo esto, lo hacías
rodeada del silencio de la noche que apenas comenzaba.
Así te recuerdo…en una calma, mezcla de extenuación y de
deseo renovado…
Yo entonces te miraba, perdiéndome en la profundidad de tus
ojos claros, y te decía
“Cuéntame un cuento”
“¿Cómo lo quieres…?” me preguntabas
Y yo, izando una imaginaria bandera amarilla, te respondía:
“Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie…”
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