SUEÑO EN COLOR HORTENSIA GALLEGA
Del sueño en color HORTENSIA GALLEGA de mi libro MIS SUEÑOS EN 39 COLORES. Foto de Jorge Lázaro. Modelo: Yuzuhira Araiya
A veces, no lograba conciliar mi temor a entrar en el mundo
de los sueños con mis deseos de recorrerlo en busca de su olor, su
rumor o, sencillamente, su presencia efervescente. Eran noches de
terribles impaciencias, debatiéndome entre la duda eterna del deseo
de encontrarla y mi injustificado miedo a perderla. Sabía, pensaba
y temía que alguna vez mi Sueño se convertiría, precisamente en lo
que era, simplemente un Sueño. Sabía que esa realidad, conllevaría
perderlo, a él y a la mujer que dulcemente vivía en su interior, envuelta
por las nubes en los 39 colores de mis fantasías mezcladas
con los recuerdos…
Para llamar a la puerta de ese mundo donde buscarla, cerraba los ojos y recordaba la primera vez que nos amamos, que nos hablamos y que nos miramos. Y lo hacía, evocando en la distancia unos versos insolentes, como paridos para nosotros, acunados en el Romancero Gitano…
A veces, no lograba conciliar mi temor a entrar en el mundo
de los sueños con mis deseos de recorrerlo en busca de su olor, su
rumor o, sencillamente, su presencia efervescente. Eran noches de
terribles impaciencias, debatiéndome entre la duda eterna del deseo
de encontrarla y mi injustificado miedo a perderla. Sabía, pensaba
y temía que alguna vez mi Sueño se convertiría, precisamente en lo
que era, simplemente un Sueño. Sabía que esa realidad, conllevaría
perderlo, a él y a la mujer que dulcemente vivía en su interior, envuelta
por las nubes en los 39 colores de mis fantasías mezcladas
con los recuerdos…
Para llamar a la puerta de ese mundo donde buscarla, cerraba los ojos y recordaba la primera vez que nos amamos, que nos hablamos y que nos miramos. Y lo hacía, evocando en la distancia unos versos insolentes, como paridos para nosotros, acunados en el Romancero Gitano…
Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Y acaricio la locura de amor que nació aquella noche estrellada
de julio con sabores a noviembre. Por fin, tras años buscándolo,
tenía al Sueño entre mis brazos. Aquel día, lejano en el recuerdo
y cercano en mi corazón, reventó como si el tiempo se hubiese
congelado para establecer un espacio mágico donde solo existiésemos ella y yo. Un espacio sin fronteras, ni límites, ni reglas, donde evocar apasionadamente la entrada en ese círculo de ternuras y de amores atravesados.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos…
Dentro de él, revivo nuestros besos y recuerdo el descubrimiento
de nuestros cuerpos junto al convencimiento de que aquellos
besos con sabor a octubre, eran besos que iban más allá de la entrega del momento, eran besos eternos, o me lo parecían, sin principio ni final, porque detrás de cada uno estaban nuestras almas.
En las últimas esquinas, toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto, como ramos de jacinto…
Y en la metáfora, preñada de mariposas gallegas, de su cuerpo
lleno de vida y de amores atrasados encontré la dulzura de unos
brazos y de una mirada rebosante de la paz que mi insomnio esperaba, pacientemente, para poder alejar del corazón las brumas confundidas entre el deseo de encontrarla y el temor a perderla. Era el instante en que mirándola a la profundidad, inmensamente verde,
de sus ojos le pedía…
“Cuéntame un cuento…”
“¿Cómo lo quieres…?”, me preguntaba dulcemente
Y yo, desde la compañía entrañable de nuestra bandera amarilla
le respondía: “Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie…”
y casi por compromiso.
Y acaricio la locura de amor que nació aquella noche estrellada
de julio con sabores a noviembre. Por fin, tras años buscándolo,
tenía al Sueño entre mis brazos. Aquel día, lejano en el recuerdo
y cercano en mi corazón, reventó como si el tiempo se hubiese
congelado para establecer un espacio mágico donde solo existiésemos ella y yo. Un espacio sin fronteras, ni límites, ni reglas, donde evocar apasionadamente la entrada en ese círculo de ternuras y de amores atravesados.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos…
Dentro de él, revivo nuestros besos y recuerdo el descubrimiento
de nuestros cuerpos junto al convencimiento de que aquellos
besos con sabor a octubre, eran besos que iban más allá de la entrega del momento, eran besos eternos, o me lo parecían, sin principio ni final, porque detrás de cada uno estaban nuestras almas.
En las últimas esquinas, toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto, como ramos de jacinto…
Y en la metáfora, preñada de mariposas gallegas, de su cuerpo
lleno de vida y de amores atrasados encontré la dulzura de unos
brazos y de una mirada rebosante de la paz que mi insomnio esperaba, pacientemente, para poder alejar del corazón las brumas confundidas entre el deseo de encontrarla y el temor a perderla. Era el instante en que mirándola a la profundidad, inmensamente verde,
de sus ojos le pedía…
“Cuéntame un cuento…”
“¿Cómo lo quieres…?”, me preguntaba dulcemente
Y yo, desde la compañía entrañable de nuestra bandera amarilla
le respondía: “Cuéntame un cuento que no le hayas contado a nadie…”
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