viernes, 20 de octubre de 2017

HOJAS SUELTAS. EL MUELLE DEL TINTO







                                    III     OCASO EN EL MUELLE DEL TINTO


                           El muelle del Tinto… cuantas fantasías, cuantas ensoñaciones…   se me antojaba una aventura seguir el camino de la calle Marina hasta desembocar frente al río porque los nombres de los buques atracados a su costado, y  la fascinación por lo extraño, siempre vencieron mis perezas de tan largo desplazamiento…

                           Cuando me detenía junto a su impresionante estructura metálica, sentía acrecentada mi pequeñez. La noticia dada en el colegio de que había sido proyectada nada menos que por el famoso Eifell, el mismo de la mítica torre, me hacía sentir la importancia de mi pequeña ciudad.

                           Allí, mientras la tarde tomaba el aire solemne del adiós y mientras las primeras sombras se alargaban más allá de sí mismas, yo solía permanecer callado, envuelto en el silencio alado de las gaviotas.      Mis ojos  adolescentes, acariciaban suaves los restos ajados de las viejas embarcaciones que rodeaban al muelle y mi alma se enredaba con los recuerdos de tantas vivencias saladas, vivencias de mar, de cielo, de lunas llenas,  de fuegos de San Telmo…

                          Mi corta vida, pasados y futuros anhelos, vienen a varar en silencio junto a esas viejas espinas vertebradas de la mar y mis ojos, en su abrir y cerrar, acarician sus propias imágenes, imágenes que brotan sin recuerdos ni apetencias, sin pasado ni futuro.   Condenadas al nacer a una vida tan fugaz y, posiblemente,  tan oscura,  como la profunda noche en que reposan los mudos testigos de tantas singladuras mar adentro…



 

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