HOJAS SUELTAS. EL MUELLE DEL TINTO
III OCASO EN EL MUELLE DEL TINTO
El muelle del Tinto… cuantas fantasías,
cuantas ensoñaciones… se me antojaba
una aventura seguir el camino de la calle Marina hasta desembocar frente al río
porque los nombres de los buques atracados a su costado, y la fascinación por lo extraño, siempre
vencieron mis perezas de tan largo desplazamiento…
Cuando me detenía
junto a su impresionante estructura metálica, sentía acrecentada mi pequeñez.
La noticia dada en el colegio de que había sido proyectada nada menos que por
el famoso Eifell, el mismo de la mítica torre, me hacía sentir la importancia
de mi pequeña ciudad.
Allí, mientras la
tarde tomaba el aire solemne del adiós y mientras las primeras sombras se
alargaban más allá de sí mismas, yo solía permanecer callado, envuelto en el
silencio alado de las gaviotas. Mis
ojos adolescentes, acariciaban suaves
los restos ajados de las viejas embarcaciones que rodeaban al muelle y mi alma
se enredaba con los recuerdos de tantas vivencias saladas, vivencias de mar, de
cielo, de lunas llenas, de fuegos de San
Telmo…
Mi corta vida,
pasados y futuros anhelos, vienen a varar en silencio junto a esas viejas
espinas vertebradas de la mar y mis ojos, en su abrir y cerrar, acarician sus
propias imágenes, imágenes que brotan sin recuerdos ni apetencias, sin pasado
ni futuro. Condenadas al nacer a una
vida tan fugaz y, posiblemente, tan
oscura, como la profunda noche en que
reposan los mudos testigos de tantas singladuras mar adentro…
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