COLABORACIONES EN ROSA Y AMARILLO
Mi querida amiga la escritora canaria FELICIDAD BATISTA me ha permitido, con su gentiliza habitual, difundir este relato de su autoría que, bajo el título TARDES DE PIANO, ha sido publicado en la revista "Verbo des (nu) do" en Chile y que he conocido a través de su blog BUENOS AIRES 1929 CAFÉ LITERARIO
En estos momentos Felicidad se encuentra en Chjile con motivo de la entrega de premios del X Concurso Literario "Gonzalo Rojas Pizarro".
TARDES DE PIANO
Los
ojos de Elías Larsson tenían el mismo color que el cielo de Bórcor la mañana de
verano que arribó. Era mi octavo cumpleaños y mamá me había regalado una
muñeca. Se bajó de un viejo camión inglés donde traía sus pertenencias. Él y el
transportista contratado en el puerto descargaron muebles, cajas, enseres y un
piano de cola. El descenso y traslado del instrumento mantuvo en tensión a
Elías que gritaba en aquel idioma extraño y que nadie comprendía. Varios
viandantes se acercaron a ayudar pero él con un gesto hosco los apartó. La casa
no disponía de puertas anchas para que pudiera entrar. Elías buscaba soluciones
mientras el piano lacado en madera permanecía sobre la calle empedrada. Junto a
la casa de tejas a dos aguas que había alquilado al abuelo se encontraba un
cobertizo y allí decidió guardarlo. Días después rompió una pared y por fin
pudo introducirlo en la sala.
Larsson
no se llamaba Elías pero lo adoptó cuando se dio cuenta que nadie en el pueblo
era capaz de pronunciar su verdadero nombre. Era largo con varias g
intercaladas, seguidas de k y con unos globos como gotas de lluvia cayendo
sobre las letras.
Repobló
el jardín abandonado desde que papá murió con geranios y buganvillas. Pintó la
casa de color rojizo y las ventanas blancas. Izó una bandera azul con una cruz
amarilla en el centro. Por las tardes sonaban las notas armoniosas del piano
como campanitas de cristal. Largos conciertos unas veces pausados y otras
vibrantes. Por las noches en ausencia de cortinas y persianas la luz cenital
dejaba ver la vida en el interior. Sentado, leyendo, fumando en pipa, tomando
una bebida, cenando o con poca ropa si era verano. A los abuelos les
escandalizaba que todo Bórcor pudiese contemplar lo que hacía aquel
desconocido. Mamá los tranquilizaba y les insistía que eran cosas de
extranjeros. Apenas se relacionaba. Compraba en el almacén de la esquina, daba
paseos alrededor de Bórcor y saludaba con un leve movimiento de cabeza. Una
tarde pasó a mi lado. Ni siquiera se percató de mi presencia. Bajo un sombrero
negro se escapaba su cabellera rubia. La piel blanquecina con manchas rojas en
el rostro. Desde mi altura me pareció un gigante. Esperé a que desapareciera en
el camino para seguirle. Él entró en la casa y yo me escondí detrás del cobertizo
a escuchar sus sesiones de piano.
Un
día llegaron en un taxi de la ciudad una mujer delgada con una melena cobriza y
larga junto a una niña pecosa que podía tener mi edad. Bajaron una maleta y se
dirigieron a la casa de Larsson. Él les abrió, se arrodilló y rodeó a la niña
con sus brazos enormes. A la mujer solo la miró. Durante la semana que
permanecieron en Bórcor el piano no se escuchó. Elías paseaba con la niña y
parecía mostrarla al pueblo. Pronto se supo que era su hija. También los espías
de Bórcor difundieron que él dormía en un sillón de la sala.
Después
de su marcha, respiré aliviada, y los conciertos se reanudaron pero las notas
sonaban como trozos de hielo que se golpeaban entre sí.
Una
tarde en el jardín junto al tronco de arce al que solía trepar encontré un bote
de cristal con galletas. Estaban aún calientes y desprendían un suave aroma a
canela. Al día siguiente el bote volvía a estar lleno y las galletas eran de
jengibre recién hechas. Y aunque coincidimos en el almacén y en alguna calle
solo nos mirábamos y a veces me sonreía. Las tardes de piano volvieron a ser
armoniosas. Hasta que un lluvioso otoño Valentina la costurera me descubrió
saliendo del jardín. Aún no había llegado a casa y mamá ya lo sabía.
Enfadada
me recriminó el atrevimiento y me recordó que aquella ya no era nuestra casa y
que no podía estar entrando y saliendo cada vez que yo quisiera. Podía escuchar
la música de piano desde la calle pero sin colarme dentro. Mamá no comprendió
lo feliz que me hacía regresar a nuestro antiguo hogar y contemplar a Elías
Larsson.
Era
como si papá estuviera en casa.
12 comentarios:
Muy hermoso. Como siempre Felicidad hace gala de su exquisita pluma.
Hola Diego, Exelente colaboracion de tan bella escritora. Cuidate mucho.
Gracias a esa lectora anónima.
Sandra, una alegría verte por el blog. Espero que estés bien.
Un gran abrazo
Una hermosa narración. Buena elección Diego.
Releo tus sueños con frecuencia, el libro un encanto.
Besos.
Diego, gracias por el honor que me haces apareciendo en tu espacio.Y por tus palabras siempre amables.
Acabo de llegar de Chile y espero ponerme al día poco a poco y poder leer muy pronto tu nuevo libro.
Un abrazo grande
Soñadora cualquier relato de Felicidad es una fantástica aportación a nuestro blog.
Saludos.
Bienvenida amiga Felicidad, ya desde facebook te he seguido en tu fantástica, y más que merecida, "aventura" chilena.
Enhorabuena y un cercano abrazo.
Hola Diego. Ya estoy bien, gracias. Siempre sera un placer soñar del rosa al amarillo...........Cuidate.
Sandra, una alegría tus buenas noticias. No dejes nunca tus magníficos blogs refugio de poetas, de versos y de encuentros. Hasta tu México "lindo y querido" mi más sincero abrazo lleno de amistad.
Tras una breve ausencia, mi paseo por tus páginas llenas de colores. Preciosa narración de Felicidad. Enhorabuena.
Un placer saludarte querido amigo.
Besos.
Bien vuelta Amaya, se extrañan la falta de tus saludos.
Efectivamente preciosa la narración mi buena amiga y escritora Felicidad.
Un abrazo.
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