sábado, 23 de junio de 2012

COLABORACIONES EN ROSA Y AMARILLO

Hola amigos/as del blog, quisiera comenzar esta página con un dato que me llena de satisfacción. Desde el inició del año 2012,  han pasado por el blog 7.523 visitas, un motivo de alegría, que se ve aumentada porque esas entradas lo han sido desde los más diversos lugares del mundo, con especial mención a Hispanoamérica, donde tantas amigas me siguen puntualmente. Desde el inicio de la estadística las visitas han llegado a las 24.165.Gracias a tantos fieles que me apoyais de manera tan cariñosa.

Vuelvo a disfrutar ofreciendo una colaboración de la escritora canaria FELICIDAD BATISTA, os remito a  la página del pasado 12 de febrero donde incluía un pequeño resumen sobre su trayectoria literaria. Publica habitualmente en su blog Buenos Aires 1929 café literario cuya visita recomiendo con entusiasmo.

Este relato, inundado de realismo mágico, me ha llenado personalmente de sensaciones que solo una pluma llena de sentimientos y poesía puede conseguir. Gracias por tu generosidad amiga Felicidad. Os dejo con él.





Las sombras de la nieve

Teobaldina Cárdenes desapareció el día de la gran nevada. Durante meses las nubes se extinguieron y el aire seco agrietó Bórcor y sus tierras. Los árboles se retorcían ocres y famélicos a merced del bamboleo ardiente del viento. Las flores morían sin el rocío del alba.  Las albercas y los estanques sedientos eran depósitos de guijarros y musgos amarillos. Y el tiempo se arrastraba harapiento por las calles. Pero una mañana cuando Teobaldina se disponía a ir a buscar agua a un pozo a las afueras de Bórcor, descubrió una brizna de nube sobre las montañas. Ambarina por la atmósfera arcillosa fue formando bulbos que crecían sin parar. Y a esa nube primigenia siguieron otras, más densas, más grisáceas hasta tapiar el cielo y volverlo de una negrura de atardecer de invierno. Teobaldina siguió andando y sintió una gota de agua tibia sobre la frente, la tocó antes de que desapareciera. El suelo polvoriento se agujereó de más gotas y la joven mujer del carpintero despegó los labios y se dejó acariciar por la incipiente llovizna. En el pueblo salimos con baldes, damajuanas, vasijas, y todo tipo de recipientes. En minutos las calles se convirtieron en lugares improvisados de festejo y celebraciones. El agua caía insaciable y corríamos, bailábamos, nos regábamos. Los niños saltaban sobre charcos fangosos, las mujeres dejaban ver sus sensuales formas bajo las huellas del agua y los hombres exhibíamos las camisas mojadas como trofeos. Teobaldina detenida junto a un palmeral contempló que el día se volvía noche y que la incesante lluvia, cada vez más fría, convertía a los caminos en arroyos de chocolate. Granitos de hielo se precipitaron desde el cielo golpeándola sin tregua. Empapada temblaba. Las cacerolas y las techumbres de metal sonaban en un disonante concierto de percusión que se colaba entre la algarabía. Las calles se adoquinaron de granizos y como único fotógrafo del pueblo saqué mi cámara réflex para inmortalizar en sepia el día histórico. Los copos de nieve se fueron filtrando por las hojas de las palmeras como dátiles blancos. Teobaldina aterida con su vestido de verano alcanzó ver el pueblo atrapado bajo una densa nube, ensimismado como siempre. Las palmeras no le daban cobijo y se alejó hundiendo sus pisadas en el crujiente sonido de la nieve joven.
Cuando la euforia se enfrió y Teobaldina no regresó, su marido y el resto del pueblo la buscamos por todas partes pero no la encontramos. Esperamos el deshielo resignados a la tragedia. El agua disuelta tamizó de verde las montañas y los valles. Las flores amarillas, rojas, azules y blancas vistieron las tierras de una primavera anticipada. Las ranas reanudaron sus conciertos y las plantaciones de naranjos, vides y ciruelos recuperaron la economía reseca del pueblo. Pero ella no apareció y su marido le construyó una cruz de madera que clavó junto al pozo.
Cinco años después de la nevada Candilejas de Bórcor llenó de nuevo el pueblo de sueños en blanco y negro y los domingos en colores. Y cada sábado acudíamos al cine como a un santuario. Las luces se apagaban y atravesábamos  la pantalla viviendo otros mundos. Una noche lluviosa en una solitaria estación de ferrocarril, un hombre esperaba entre las sombras del andén. Enfundado en una gabardina y bajo un sombrero fundía el humo del tabaco con la niebla que viajaba por los raíles. Una mujer con vestido turgente y melena rubia emergió de la oscuridad grisácea. Un zoom fue acercando su rostro hasta ocupar toda la pantalla. Bórcor se heló. Y aunque la actriz se llamaba Lilith Maine, Teobaldina, la antigua acomodadora del cine, estaba allí tan cerca y tan inaccesible.

domingo, 17 de junio de 2012

NOTICIAS EN ROSA Y AMARILLO


Este pasado viernes estuve en Madrid grabando el coloquio que complementará el documental, rodado en Huelva hace unos días, en relación a la figura del mayor WILLIAM MARTIN y mi libro sobre  la OPERACIÓN CARNE PICADA. Dirigido por ese extraordinario comunicador que es IKER JIMÉNEZ y encuadrado dentro del programa CUARTO MILENIO, lider en audiencia en las madrugadas del domingo en la cadena CUATRO.

Una experiencia en televisión a escala nacional que supone un premio a mis muchas horas de trabajos e investigaciones sobre la trama que se desarrolló en Huelva en mayo de 1943, durante  la II Guerra Mundial.

La semana anterior, concretamente el sábado 9, había sido invitado por el investigador PABLO VILLARRUBIA a seguir en directo desde el Coto de Doñana el programa en que la cadena SER movilizó en toda España a miles de ojos en  la noche ALERTA OVNIS 2012.

Un mundo fascinante en el que estos amigos me han integrado desde su cercanía y amabilidad.

El programa sobre EL HOMBRE QUE NUNCA EXISTIÓ, se emitira el domingo 8 de julio a las 0,30 horas de la madrugada al lunes, en la cadena de tv.  CUATRO, con reemisiones en la cadena ENERGY los lunes posteriores a las 22 horas. Cuando tenga certeza de la programación en esta última os la comunicaré desde el blog.

Encantado en compartir con los amigos/as del blog estas buenas noticias sobre mis actividades.

Un gran abrazo de vuestro amigo

DIEGO

jueves, 7 de junio de 2012

COLABORACIONES EN ROSA Y AMARILLO

Quiero ofreceros una nueva colaboración de mi amiga la poetisa asturiana AURORA GARCÍA RIVAS, hace unas semanas os la presenté con un delicioso cuento "LA CAJA DE MÚSICA" (ver página de 16 de marzo) y hoy lo hago con "EL PARAGUAS".
Aurora está en posesión de numeroso premios y reconocimientos a su trayectoria como novelista y poetisa, ha publicado en portugués, gallego y su lengua vernácula gallego-asturiano.
Ahora nos regala este cuento lleno de ternura y de ese punto de misterio con que tanto le gusta adornar sus relatos. Un honor para el blog esta nueva colaboración
Gracias amiga Aurora.



EL PARAGUAS

Hace unos días, cuando regresaba de dar mi paseo por el camino que sigue los acantilados, se puso a llover a cántaros. En un momento me puse como una sopa. Me apresuré todo lo que pude para guarecerme bajo la última de las pérgolas que jalonan el sendero, aun cuando estaba segura de que no iba a servirme de mucho.
Poco antes de llegar, me encontré con él: era el hombre que todas las tardes hacía el mismo camino que yo y que se paraba sobre las rocas como si estuviera clavado en ellas, como si fuese el espíritu del aire; miraba al mar abatido, triste, ausente. No importaba qué tiempo hiciera, acudía puntual a aquella cita misteriosa y atisbaba el horizonte como si esperase a alguien.
Aquel día diluviaba, pero él parecía no sentir el frío del aguacero ni el azote del viento... Tampoco abrió el paraguas que llevaba siempre, lloviera o no, y que nunca le había visto usar. Miraba al horizonte absorto, en una especie de éxtasis  como si, de un momento a otro, fuese a echar a volar sobre las olas.
Cuando llegué a su lado, estaba empapada. Tenía frío y pensé que iba a coger una otitis. Entonces tuve la idea de pedirle el paraguas puesto que él no lo usaba; al menos me protegería algo la cabeza. Me acerqué a él y lo saludé.
—Hola, buenas tardes.
Me miró como si no me viese, pero reaccionó y creí adivinar un gesto de cordial simpatía en sus ojos.
—¿Sería tan amable de prestarme el paraguas, por favor?
Parecía no asimilar mi petición y me miró largamente. Al fin, me lo tendió sin contestarme; abandonó su atalaya, dio la vuelta y se alejó camino de la cuidad cuidando de esquivar los barrizales que la lluvia había dejado entre la hierba. Yo me quedé con el paraguas en la mano más sorprendida que si me hubiese dicho que no.
Al verlo marcharse con paso decidido, probé a abrir el paraguas levantándolo por encima de mi cabeza. De repente, me envolvió una sombra: me cayó encima toda la flacidez de la tela que se había soltado de las varillas y vi. cientos de agujeros por los que entraba la luz cenicienta de la tarde. Me liberé como pude de aquel desbarajuste de óxido y polillas y empecé a correr tras el hombre para devolverle aquella inutilidad, pero ya no pude alcanzarlo. Había desaparecido entre la lluvia como un encantamiento.
Ya en casa, intenté arreglarlo; lo enrosqué, procurando disimular tantos agujeros y tantos rotos como tenía, y me puse a meditar sobre el misterio del paraguas, siempre en la mano del hombre y siempre cerrado. Supuse que tendría sus razones. Qué sabía yo de su alma… Qué puedo yo saber del alma de nadie… Tuve la impresión de que, aun sin haber hablado nunca con él, ya éramos amigos. O, al menos, que había entre nosotros un especial entendimiento.
Al día siguiente volví a dar mi paseo y llevé el paraguas a su dueño. Lo encontré en el sitio acostumbrado, en las mismas rocas que bajan como filos de espadas hasta el rompiente. Estaba inmóvil, de pie frente a la galerna que amainaba a aquella hora.  Parecía atrapado por una parálisis. Lo saludé con un susurro para no asustarlo y se volvió hacia mí. Por primera vez pude ver con claridad sus ojos pintados por todos los grises del anochecer. Me dirigió una mirada que parecían venir del mismo fin del tiempo pero advertí en su cara el albor de una sonrisa.
— Tenga —le dije devolviéndole el paraguas—, muchas gracias.
— De nada, pídamelo cuando quiera. Yo no lo uso nunca.
Desde entonces, llueva o no, yo también llevo un paraguas cuando paseo por la orilla del mar. No quiero que mi amigo piense que, si llueve, no le pido el suyo porque no me atrevo, o él me lo ofrezca y no sepa cómo decirle que no sirve para nada.
     Aurora G. Rivas