COLABORACIONES EN ROSA Y AMARILLO
Mi amiga María José Leblic, hija de un maestro de la radio y de la pluma, mi viejo compañero Rafael Leblic, me escribió en visperas de la "levantá" a la Virgen del Valle este precioso artículo que ahora, finalizando la Semana Santa y pese a que la lluvia no la permitió, quiero reproducir para todos los seguidores del blog.
Gracias María José...
En las procesiones de Semana Santa, siempre va primero el Cristo y detrás va la Virgen. Fue curioso, en este caso era al revés. Llegaba la Virgen del Valle con su banda de música detrás. Su manto era distinto, destacaba en su estampado jazmines, coloreados de 39 sueños de amor, pintado de calles tristes de olor a brea y marisma.
A su paso todos los espectadores se arrodillaban. Así vi., como la muchedumbre había encogido y sus rostros cambiado.
A lo lejos ya se divisaba nuestro Cristo, venía como siempre crucificado y su cabeza ladeada al lado izquierdo. Ya no vi nada más, porque mis ojos se empaparon de agua; un escalofrío recorrió mi espalda, no se sí de emoción, o de frío. Le dije a mi hermana la pequeña que nos subiéramos a casa y en el trayecto hacia ella, vimos en la ventana a mis padres mirando el espectáculo, sus cabezas muy juntas, como pegadas. Él fumaba un puro que se comía sin querer mi madre.
También fue curioso el verles, mi progenitora estaba mucho más vieja que él, que aparecía sin arrugas, pero tampoco me llamó demasiado la atención. Le dije a mi hermana:
Mira nena que fotografía tienen los dos…
Después cuando subí a casa, me di cuenta que todo fue una ensoñación. Mis padres no estaban, ellos habían muerto hacía un tiempo. Mi hermana no vivía allí, sino en otra provincia. Tan sólo sobrevivían en el tiempo, el Cristo de la Sangre y la Virgen del Valle con su semblante cambiado desde la levantá de un poeta onubense.
Gracias María José...
La “levantá” de Diego Lopa Garrocho
Un día cualquiera de marzo ó abril, lluvioso y resbaladizo, nos concentramos todos los vecinos de la avenida Federico Mayo en la calle. Iba a pasar el Cristo de la Sangre, más conocido popularmente como el Cristo de los Estudiantes.
Todos los vecinos, amigos de los mismos, familiares y curiosos nos amontonamos en la carretera, bien alineados, portando en una mano un cirio que sería posteriormente encendido al paso de los monaguillos de la Parroquia.
Aunque llovía, nadie llevaba paraguas, sería imposible aplaudir al Cristo a su paso, ni lanzarles besos al aire.
Un día cualquiera de marzo ó abril, lluvioso y resbaladizo, nos concentramos todos los vecinos de la avenida Federico Mayo en la calle. Iba a pasar el Cristo de la Sangre, más conocido popularmente como el Cristo de los Estudiantes.
Todos los vecinos, amigos de los mismos, familiares y curiosos nos amontonamos en la carretera, bien alineados, portando en una mano un cirio que sería posteriormente encendido al paso de los monaguillos de la Parroquia.
Aunque llovía, nadie llevaba paraguas, sería imposible aplaudir al Cristo a su paso, ni lanzarles besos al aire.
En las procesiones de Semana Santa, siempre va primero el Cristo y detrás va la Virgen. Fue curioso, en este caso era al revés. Llegaba la Virgen del Valle con su banda de música detrás. Su manto era distinto, destacaba en su estampado jazmines, coloreados de 39 sueños de amor, pintado de calles tristes de olor a brea y marisma.
A su paso todos los espectadores se arrodillaban. Así vi., como la muchedumbre había encogido y sus rostros cambiado.
A lo lejos ya se divisaba nuestro Cristo, venía como siempre crucificado y su cabeza ladeada al lado izquierdo. Ya no vi nada más, porque mis ojos se empaparon de agua; un escalofrío recorrió mi espalda, no se sí de emoción, o de frío. Le dije a mi hermana la pequeña que nos subiéramos a casa y en el trayecto hacia ella, vimos en la ventana a mis padres mirando el espectáculo, sus cabezas muy juntas, como pegadas. Él fumaba un puro que se comía sin querer mi madre.
También fue curioso el verles, mi progenitora estaba mucho más vieja que él, que aparecía sin arrugas, pero tampoco me llamó demasiado la atención. Le dije a mi hermana:
Mira nena que fotografía tienen los dos…
Después cuando subí a casa, me di cuenta que todo fue una ensoñación. Mis padres no estaban, ellos habían muerto hacía un tiempo. Mi hermana no vivía allí, sino en otra provincia. Tan sólo sobrevivían en el tiempo, el Cristo de la Sangre y la Virgen del Valle con su semblante cambiado desde la levantá de un poeta onubense.